jueves, 28 de febrero de 2013

La casa de los abuelos es un campo de refugiados


Sí, lo reconozco, no soy víctima de apartheid o limpieza étnica. Tampoco soy víctima de un conflicto armado ni de un desastre natural. Pero afirmo que soy un desplazado interno en mi país.

En la Europa del Sur, la Europa de la periferia, un conflicto no armado ha provocado el desplazamiento arbitrario de miles de personas, y ese desplazamiento, como se recoge en los Principios Rectores de los desplazamientos internos, generan casi siempre condiciones de sufrimiento y penalidad para las poblaciones afectadas. Provocan la ruptura familiar, cortan los lazos sociales y culturales, ponen término a relaciones de empleo sólidas, perturban las oportunidades educativas, niegan el acceso a necesidades vitales como la alimentación, la vivienda y la medicina, y exponen a personas inocentes a actos de violencia en forma de ataques a los campamentos, desapariciones y violaciones. Los desplazados internos, tanto si se agrupan en campamentos como si huyen al campo para ponerse al abrigo de posibles fuentes de persecución y violencia o se sumergen en comunidades igualmente pobres y desposeídas, cuentan entre las poblaciones más vulnerables y más necesitadas de protección y asistencia.

Sin duda, causas y efectos del desplazamiento se entremezclan en mi caso, y ni siquiera es mi intención comparar mi vida con la de los millones de personas que viven en un campo de refugiados, sería injusto por mi parte e invalidaría mi discurso, pero sí que puedo asegurar que también estoy sometido a condiciones de sufrimiento y penalidad, y que soy víctima de un conflicto económico basado en un proyecto neoliberal a gran escala llamado UE que no busca el bien común.

De alguna forma, la casa de los abuelos se ha convertido en un campo de refugiados económicos, donde se vuelven a reunir hijos y nietos que malviven con la exigua pensión de sus progenitores. La unidad familiar se ha convertido en refugio de esta crisis sistémica. Como un inmenso campamento de refugiados diseminado a través de la geografía de las ciudades y pueblos de mi país.

Jóvenes sin empleo, familias desalojadas de sus casas. Un panorama gris de exclusión, recesión, desempleo y precariedad bajo la sombra de la Troika y de sus políticas de ajuste fiscal basadas en los recortes sociales, la privatización de servicios públicos y la desregulación de los mercados.




Las familias Aliu y López miran desde su ventana la llegada de la policía, que vienen a desalojarlos de su casa en Viladecavalls, al norte de Barcelona, ​​España. Alfredo Aliu y Montse López no habían podido pagar su hipoteca durante dos años después de que su tienda de café fue a la quiebra.
Samuel Aranda para The New York Times


Aprendo de los 25 millones de desplazados internos en el mundo, de sus increíbles historias de resilencia y esperanza. Su esfuerzo diario por la supervivencia me anima a seguir luchando contra esta violencia capitalista genocida de las clases medias y del bienestar social, que condena a la pobreza a millones de personas en todo el mundo.

Cuando la violencia económica de este sistema capitalista se considere violencia generalizada, o una violación de los Derechos Humanos, yo seré, verdaderamente, un desplazado interno.


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