domingo, 15 de enero de 2012

Historias robadas

Una familia fuera de su tienda de campaña en el campamento BadBado en Mogadiscio, Somalia
© Kate Holt / IRIN

Todos tenemos una historia que contar: nuestra propia historia.

La compartimos con nuestros amigos y con nuestros familiares. Cuando sufrimos, esperamos el consuelo de alguien cercano. Y los momentos felices, deseamos compartirlos con los que nos rodean. Una sucesión de momentos, felices y no tan felices, que componen nuestra vida.
Incluso la historia individual de cada uno de los millones de seres humanos que viven en la pobreza más absoluta es una sucesión de momentos compartidos, de consuelo, de penas y de alegrías, en definitiva la historia de una vida.

Y así también es la historia de los pueblos. Una historia que dura generaciones y que habla de épocas de prosperidad y de épocas de declive. De guerras y de paz. De justicia y de injusticia.  Con la única diferencia que la historia de los pueblos la escriben los gobernantes a través de los medios de comunicación, mientras que la historia personal la escribe cada individuo.

Nadie puede robarnos nuestra propia historia personal. Quizá, lo único que verdaderamente nos pertenece.

Sin embargo, hay pueblos cuya historia apenas aparece en los medios. 

Historias olvidadas de hambre, de miseria, de muerte, de violaciones, de esclavitud, de desalojos, o de explotación. Que sólo ocupan portadas cuando alcanzan niveles insospechados de crueldad.

¿Y qué es la historia de un pueblo sino la historia de sus gentes?

Mujeres y niñas que ocultan su rostro por la vergüenza de haber sido violadas. Su grito silencioso de rabia y dolor consecuencia de la impunidad de la que gozan sus atacantes.
Madres y padres que se desvelan por el cuidado de sus hijos desnutridos, que lloran sus muertes y abandonan sus destinos a la Divina Providencia.
Niños y niñas explotados, y a veces esclavizados, que sueñan con poder ir a la escuela, dejar atrás un pasado de trabajo, y prepararse para un futuro mejor.
Familias desalojadas de sus tierras, sin raíces y sin medios para ganarse la vida.
Comunidades enteras que huyen de los conflictos armados, recorriendo cientos de kilómetros hasta llegar a los campos de refugiados donde se hacinan miles de desplazados.

Millones de seres humanos desamparados con una historia que contar de los que apenas sabemos nada, sólo que también necesitan consuelo y compartir sus escasas alegrías.

Contar sus historias robadas, romper el silencio y sacarles del olvido es quizá la mejor forma de consolarles y de hacerles sentirse conectados con el mundo que les rodea, que de alguna manera ha contribuido a su historia y tiene una responsabilidad ineludible en cambiar sus destinos. Porque si un pueblo no puede contar su historia estará condenado al olvido y a la extinción.


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