sábado, 9 de julio de 2011

¿Qué se siente cuando una llama se apaga?

La tierra seca en las llanuras desérticas de la depresión de Danakil en el norte de Etiopía.
© Siegfried Modola / IRIN

(EN)

De pronto, tenía una pequeña llama que cuidar.
Su calor tierno me reconforta. Su luz cálida me ilumina. La observo fijamente, no puedo dejar de mirarla. Cada vez que brilla y me sonríe se aparta de mí el frío y la oscura soledad. Su corazón naranja no para de moverse. A veces se alarga y otras se mantiene sosegado con un crepitar tranquilo. Y su brisa. Ese aire que respira como un aliento cálido. Me acerco y me quedo tranquilo sintiéndolo en mi rostro. Cuando la aviva el aire, la llama se ríe y alarga sus brazos. Nada me pide a cambio de sus colores brillantes ni de su cálida ternura. Tan sólo, que no la deje apagarse. Y no es por egoísmo que no quiero que se apague, sino por la generosidad y la responsabilidad del que se sabe bendecido por un regalo al que hay que cuidar, y ese desvelo se convierte poco a poco en la razón de mi existencia.


Me angustia pensar que algún día no pudiese cuidar de mi pequeña llama. Que su brillo vaya menguando y que su aliento cálido apenas sea una penosa bocanada de aire gélido que hiele mi corazón para siempre. Me asusta imaginar la luz azulada y el llanto quejoso de la llama que se apaga. ¿No puedo hacer nada? Antes moriría yo que dejar que se apague. Pero eso es algo que no me puedo permitir, la llama sin mí no tendría oportunidades de vivir.

Pero, ¿qué se siente cuando una llama se apaga? Es difícil saberlo, pero supongo que cuanto más cerca la has tenido, mayor es el vacío que deja. Oscuridad, frío, soledad, el recuerdo...

Dos millones de llamas se apagan en Somalia, en Etiopía y en Kenia. La sequía, la falta de alimentos, y las enfermedades hacen que dos millones de niños y niñas menores de cinco años necesiten asistencia humanitaria urgente. Están en peligro de muerte.

Me angustia pensar que la lejanía de esas llamas que se apagan, solo hielen el corazón de sus padres, y que nuestros corazones helados por tantas noticias descorazonadoras, no sean capaces de sentir el calor de dos millones de pequeñas llamas que sólo piden que no las dejemos apagar. Antes moriría yo que dejar que se apaguen. Pero eso es algo que no nos podemos permitir, las llamas sin nosotros no tendrían oportunidad de iluminarnos.



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