martes, 12 de abril de 2011

Vivir sin etiquetas

(EN)

Un hombre sostiene a su niño que ha sido herido por una explosión en los recientes combates, en un Outreach Therapeutic Centre Programmes (OTP) en el borde de la base militar de mantenimiento de la paz de la Unión Africana (UA) el 3 de abril de 2010 en Mogadiscio
© Siegfried Modola / IRIN



Se puede definir la inteligencia como una capacidad mental muy general que, entre otras cosas, implica la habilidad de razonar, planear, resolver problemas, pensar de manera abstracta, comprender ideas complejas, aprender rápidamente y aprender de la experiencia. No es un mero aprendizaje de los libros, ni una habilidad estrictamente académica, ni un talento para superar pruebas. Más bien, el concepto se refiere a la capacidad de comprender nuestro entorno.

Esa capacidad le permite al ser humano clasificar, ordenar y etiquetar sus pensamientos, sus recuerdos, sus conocimientos, sus percepciones... en definitiva, su vida.
Ponemos etiquetas a todo; a nuestra existencia y al mundo que nos rodea. Clasificamos nuestras fotografías, hacemos listas de amigos, etiquetamos nuestros recuerdos, compartimos nuestras vidas con los que consideramos semejantes.
La paradoja de un mundo diverso cada vez más global e interconectado es que nos sentimos más seguros perteneciendo a nuestra pequeña tribu, todos con las mismas etiquetas, y tenemos miedo de las otras tribus a las que diferenciamos porque sus etiquetas son distintas a las nuestras.

El sentido de pertenencia es una necesidad inherente al ser humano en la medida que somos seres sociales. El problema surge cuando la defensa de la identidad del grupo se convierte en violencia hacia otros grupos que se consideran rivales. El mundo actual se polariza cada vez más hacia la confrontación entre las diferentes identidades. Díria incluso que hay interés de las potencias mundiales, en su afán de controlar los escasos recursos naturales, en que se produzcan estos conflictos identitarios dentro de las fronteras de países menos desarrollados, en la medida que dichos conflictos retrasan irremediablemente el progreso de dichos países, los cuales, a su vez, son fuentes de los recursos que tanto necesitan los países ricos.

Si por un momento la humanidad fuese capaz de olvidar las etiquetas, encontraría que tenemos muchas más cosas en común con nuestros semejantes que aquellas que nos separan. Ese ha sido, es y será siempre el problema de las etiquetas, que en su generalidad no nos dejan concentrarnos en lo esencial. Y lo esencial es algo tan general que casi siempre pasa desapercibido.

Todos somos iguales.

Artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos:

Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.




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