viernes, 11 de febrero de 2011

Sin dinero, no hay salud


Los niños tienen derecho a disfrutar del más alto nivel posible de salud y a tener acceso a servicios médicos y de rehabilitación, con especial énfasis en aquéllos relacionados con la atención primaria de salud, los cuidados preventivos y la disminución de la mortalidad infantil. Es obligación del Estado tomar las medidas necesarias, orientadas a la abolición de las prácticas tradicionales perjudiciales para la salud del niño.
Convención sobre los Derechos del Niño

 
He oído en repetidas ocasiones las palabras de Zainab Salbi (Presidenta y fundadora de Women for Women International – WFWI) en su intervención ante el foro TED Global 2010.
Cuenta su historia personal cuando de niña vivió los bombardeos en Irak. Y recuerda una noche en la que un misil explotó cerca de su casa. Dio gracias a Dios porque esa noche, ella y su familia, pudieron salvar la vida.
Al día siguiente, una madre desesperada entró en el aula de su hermano pidiendo, por favor, que le entregasen cualquier recuerdo de su hijo muerto durante una explosión, pues no le quedaba nada que se lo recordase, ni una fotografía.
Ese niño que murió era amigo del hermano de Zainab, y lo hizo en la explosión de la noche anterior.

Zainab se ha arrepentido cada día de su vida por dar gracias a Dios aquella noche.

Cuando leo las estadísticas de mortalidad infantil debido a lo que Médicos sin Frontera (MSF) llama “enfermedades olvidadas” no puedo tener un sentimiento más parecido al de Zainab.

¿Puedo dar gracias a Dios por vivir en un país desarrollado con un sistema sanitario que me garantiza una atención primaria, especializada y preventiva mientras pienso que con mis impuestos se sostiene una industria farmacéutica que se calcula que concentra el 90% del gasto mundial en investigación médica en los problemas de salud que afectan a menos del 10% de la población mundial, el 10% más rico?

La misma industria farmacéutica que ejerce de lobby ante los gobiernos de los países ricos fomentando la firma de Tratados de Libre Comercio que impidan la producción de medicamentes asequibles, y su exportación a determinados países, donde son extremadamente necesarios, en los cuales se venden a un precio mucho más elevado.

Yo no puedo dar gracias por lo afortunado que soy mientras pienso que ahora mismo, a alguna madre sin recursos económicos para pagar algún caro tratamiento, ni con posibilidad de acceder a las ONGs que actúan sobre el terreno en materia de salud, ya sólo le queda pedir a Dios que salve a su hijo.

Lo único que me salva de esto, y me permite ser agradecido, es el hecho de actuar contra esta realidad tan desafortunada.


Toma partido:

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