miércoles, 3 de junio de 2015

Los descendientes de Nemrod


Dios nunca tuvo un plan para la humanidad. No hay un fin supremo, ni armonía al fin de los tiempos. No hay vicio ni virtud, ni culpa ni pecado, no hay causa ni finalidad, no hay condena ni redención, no hay vida eterna, no hay justos ni pecadores, no hay cielo e infierno. Sólo hay conciencia, libertad y pasión.
Una voluntad persistente que impulsa lo inerte y lo vivo como fenómenos del espacio, tiempo y causalidad, se divierte observando el Universo libre y en perpetuo conflicto, donde hasta las ínfimas partículas que lo integran, sometidas a dicha voluntad, colisionan y se transforman.
Es ilusorio construir una Torre de Babel para alcanzar el cielo, pues no hay virtud ni verdad en él. ¿Para qué desafiar a un Dios que se burla de nosotros los seres humanos, si para ello debemos entregar la libertad y nuestro poder a los descendientes de Nemrod? Esos que conocen al ser humano y les prometen el pan y los reinos y riquezas de este mundo a cambio de su libertad y su poder.


La rebeldía contra un Dios injusto, cuyos milagros y parusía, prueba de su existencia, esperamos inútilmente, es tan inútil como la propia espera. Él, en su trono celestial, sigue riéndose de su creación, renegando de ella por renunciar a su libertad.
La rebeldía del ser humano es, o debería ser, la rebeldía contra sí mismo, contra su indiferencia, contra su pasividad, contra su miedo a la libertad.  De esa rebeldía, que reconoce la libertad, la pasión y la dignidad de todos los seres humanos nacerá el hombre y la mujer libre, compasivo y capaz de desarrollar todas sus potencialidades a través del empoderamiento del sujeto individual y colectivo que sí obra conforma a un plan: SER


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domingo, 26 de octubre de 2014

El suicidio de Dios

(EN)

Podemos reconocer la injusticia y la indignidad de la vida humana allí donde y cuando se produce. Podemos reconocer la perversidad de cualquier sistema social, político y económico que cosifica la vida, reduciendo a los seres humanos a meros autómatas, y su relación con la naturaleza a la dominación/explotación.

Asumimos pues nuestra impotencia como creadores frente a nuestra obra civilizadora que nos domina. Olvidamos que la historia ha sido una creación humana inacabada, e incapaces de continuar nuestra obra hasta el fin de la historia, aceptamos que el fin de la civilización es el único fin de la historia que conocerá la humanidad.

Cuando la humanidad entregó su libertad hasta convertir a hombres y mujeres en piezas sustituibles de un sistema creado por ellos mismos, Dios, descontento con su obra, se rebeló contra su creación y asumió su impotencia hasta el punto de destruirse a si mismo. A su vez, la humanidad, abandonada en un mundo injusto, pleno de sufrimiento, se rebela también contra su propio Dios.

Con un Dios muerto, incapaz ya de acabar con su creación, el ser humano, convertido en dios sobre la Tierra, corre la misma suerte que el Dios metafísico, que en un impulso nihilista se lanzó hacia su autodestrucción.

Los dioses se rebelan contra su creación, y es la obra la que acaba matando al creador.

Nos disponemos a saltar nuevamente al vacío, primero fue la rebeldía metafísica, y ahora es el suicidio colectivo de la humanidad. Nos rebelamos contra el sistema que nos oprime y asumimos nuestra impotencia para cambiarlo, entendiendo pues que debemos morir a la vez que nuestra creación.

Este es el sentimiento del rebelde, que contempla su propia muerte como la afirmación suprema. Pero si nuestra obra no muere con nosotros, si la humanidad puede vencer su impulso nihilista, aún queda esperanza: observemos el mundo con compasión, a la vez que nos empoderamos para liberarnos del dominio de nuestra creación, con el objetivo de edificar el mundo que queremos, no sobre las ruinas de la civilización, sino sobre los cimientos del hombre y la mujer compasivos consigo mismos y con su entorno. 


© Ahmad Mahmoud/IRIN
 
Hay una única experiencia humana que compartimos todos y todas a lo largo de la historia, una vida que vivir y compartir para el desarrollo pleno de las potencialidades de la humanidad.


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jueves, 26 de junio de 2014

Los descendientes perdidos


Una eternidad ausente, lejos de la conciencia y de la existencia, sólo interrumpida por la soledad de la vida insistente.
 
Niños caminan a través de una tormenta de arena en la región de Tillaberi, Níger (feb 2012)
© Jaspreet Kindra / IRIN


En ocasiones, el sueño: esa muerte intermitente que nos libera de nuestra existencia.

No hay crueldad en la muerte. Cada hombre y cada mujer aspira a la eternidad. La crueldad está en la vida misma, que nos despierta de ese sueño eterno y nos revela sin compasión que no somos omnipotentes ni omniscientes. La crueldad descubierta en la ausencia de divinidad y en la lucha por la supervivencia.
La vida es una anomalía de lo eterno, un paréntesis absurdo en el que partículas ínfimas del Universo colisionan y se fagocitan unas a otras.

Asumo pues la crueldad de la vida sin esperanza alguna. La observo con compasión en el camino hacia lo eterno. 

Ante el absurdo de la vida no hay actitud más rebelde que la del ser compasivo. Venir al mundo no es un acto de compasión, sino de crueldad y abandono. Somos los descendientes perdidos de la crueldad, nuestra rebelión efímera es la de la compasión.

En ocasiones, la compasión: ese sueño de eternidad que nos libera de la existencia mientras estamos despiertos.


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lunes, 19 de mayo de 2014

El corazón no descansa


Corazones desbocados, del presente temerosos.
En un Universo inmutable e indolente,
anhelos infantiles, esperanzas rotas:
vidas desamparadas.

Recuperar aquel instante de felicidad,
antes que la angustia vuelva.
El terror que se repite en redobles de muerte.
El corazón no descansa,
la vida sigue.


Pintura de un niño de Swat buscando acabar con la violencia
© Kamila Hyat / IRIN



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lunes, 28 de abril de 2014

Carta a E.

(EN)


Hola E,

no encontraba tiempo ni palabras para responderte, y después de leerte en varias ocasiones y en diferentes momentos, no ha sido hasta hoy que he encontrado la palabra precisa: recomenzar.

 
  "Toda la alegría sileciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece"

    "El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso"


    El míto de Sísisfo - Albert Camus



Recomenzar. Yo también te imagino dichosa, como Sísifo, consciente plenamente de tu existencia, de tu libertad y de un destino que te pertenece. Recomenzar, una y otra vez: esa es la dimensión humana. Recomenzar para construirte de nuevo, en ese proyecto en continua construcción que somos los seres humanos. Recomenzar a pesar del absurdo, de los éxitos, de los fracasos, de los miedos, de las certidumbres... a pesar de la vida misma. Porque la vida es eso: recomenzar.

En tu búsqueda de lo Absoluto encontraste la verdad en tu interior, allí donde siempre estuvo, allí donde siempre estará.

Tú como Sísifo, en la hora de la conciencia, eres superior a tu destino, eres más fuerte que tu roca.


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